¿Por qué drogamos a nuestros hijos?

Un educador llama nuestra atención sobre nuevas prioridades – Una discusión más profundizada de las causas y de los efectos

Por Julian Weissglass
Copyright Julian Weissglass, Director
National Coalition for Equity in Education
Reprinted by permission.

¿Por qué drogamos a tantos de nuestros hijos y qué podemos hacer contra esto? Un estudio publicado en la edición de junio del 2006 de los Archivos de psiquiatría general (Archives of General Psychiatry) demostró que el uso de neurolépticos para tratar a niños y adolescentes incrementó de más de cinco veces entre 1993 y 2002. Hace seis años, la Administración federal estadounidense de implementación de las leyes sobre las drogas (Federal Drug Enforcement Administration) declaró ante el Congreso que antes de 1991 las ventas de metilfenidato, el compuesto de la Ritalina y medicamentos de otras marcas que se recetan a menudo a los jóvenes sufriendo del dicho “Trastorno por deficiencia de atención con hiperactividad” (TDAH), se había mantenido estable. Pero hasta 1999, las ventas casi aumentaron del 500 por ciento, con un incremento del 2.000 por ciento en las ventas de anfetamina (también utilizada en el tratamiento del TDAH) en un periodo de nueve años.

¿Son conscientes o preocupados los educadores, los padres y los ciudadanos por este tremendo incremento en la prescripción de medicamentos psiquiátricos en los jóvenes? Si se recetara la misma cantidad de medicamentos para enfermedades físicas, los profesionales médicos y los líderes políticos estarían alarmados. Quisieran saber por qué. ¿Cómo se puede explicar el uso creciente de medicamentos psicoactivos? ¿Por qué este fenómeno se produce aquí y no en otros países industrializados? (En 1999, las Naciones Unidas declaró que Estados Unidos es el país que produce y consume acerca del 85 por ciento de la producción mundial de metilfenidato.)

La situación no es nada simple. ¿Ha habido un aumento del conjunto de comportamientos que corresponden al TDAH? Si es el caso, ¿cuáles son las razones? Unas de las causas posibles podrían ser las siguientes:

  • Cambios de dietas para los niños (más azúcar, grasa y aditivos químicos por ejemplo).
  • Contaminación del medio ambiente o ingestión maternal de drogas ilegales o de medicamentos que pueden afectar al sistema nervioso de los jóvenes.
  • Presión creciente ejercida sobre los niños de parte de la escuela y de la familia para satisfacer expectativas irrealistas y para tener buenos resultados en pruebas estandardizadas.
  • Reducción de las posibilidades de creatividad en la escuela y de las oportunidades proporcionadas al niño para que piense de mandera independiente, que juegue y que haga ejercicio.
  • Los niños tienen menos oportunidades, fuera de la escuela, de estar en el ámbito natural.
  • Falta de interés creciente por la escuela de parte de los estudiantes.
  • Incremento en el tiempo que los jóvenes pasan delante de aparatos electrónicos.

Por otra parte, puede ser que el comportamiento de los jóvenes no haya cambiado mucho. Si es el caso, el aumento de prescripciones se podría explicar por uno o por el conjunto de los motivos siguientes:

  • El público es más consciente de la posibilidad de suprimir los comportamientos no deseados con medicamentos.
  • Presiones socio-económicas que hacen que los adultos tengan menos paciencia y que presten menos atención a la energía y a las emociones normales de los jóvenes.
  • Campañas publicitarias por las empresas farmacéuticas que tienen como propósito el incremento de sus beneficios.
  • Deseo de encontrar soluciones fáciles para resolver situaciones psicológicas y sociales que nos incomodan.

Los educadores, los padres y los profesionales médicos deberían comprometerse seriamente en debatir sobre este fenómeno y sus posibles causas, las cuales pueden ser otras influencias ausentes en esta lista. Sería útil tener datos precisos sobre las ventas de neurolépticos, las tasas de prescripción a los niños y el riesgo de tener efectos negativos en la salud (incluso el suicidio). Sin embargo, es difícil conseguir estas informaciones.

Cualquiera que sea la explicación, el fenómeno plantea la cuestión de los derechos y de la libertad de los jóvenes. Aunque no sea abogado, dudo de que los niños tengan el derecho a rechazar el uso de esos medicamentos. Sin embargo, los medicamentos psiquiátricos presentan riesgos conocidos y desconocidos. Hace poco, un grupo de expertos de la “Food and drug administration” estadounidense, encargado de la creación de protocolos para probar los medicamentos recetados a los jóvenes con TDAH, recomendó que se impusiera una etiqueta en la Ritalina y medicamentos similares para advertir que el medicamento presenta el riesgo de causar infartos (“Cardiac Cases Raise Concerns Over Drugs for ADHD,” 22 de febrero del 2006.)

Eso me recuerda el libro para niños llamado The Big Box (La Caja Grande) escrito por el Premio Nobel Toni Morrison y su hijo. Escribe sobre tres jóvenes que están encerrados en una sala (la caja) bonita y abastecida por adultos que no pueden manejar la libertad de las jóvenes. Cada uno pronuncia una variante de la frase siguiente:

“Si los búhos pueden chillar
Y los conejos saltar
Y los castores mascar árboles cuando lo necesitan, ¿
Por qué no puedo ser un niño como cualquier otro;
Que no tenga que gestionar su libertad?
Sé que ustedes son inteligentes et sé que piensan que están haciendo lo mejor para mí
Pero si la libertad se gestiona a su manera,
Entonces no es mi libertad propia.”

Yo creo que gran parte del aumento del consumo de neurolépticos se debe a que los adultos tienen dificultades para gestionar los comportamientos y las emociones de sus hijos. Es imposible probarlo pero si se le recetan medicamentos a tan sólo un niño porque su comportamiento incomoda a los adultos, se trata de una injusticia grave. Los niños tienen derecho a ser si mismos mientras crezcan, a ser amados y apoyados, y a que los adultos que los quieren presten atención a sus emociones. Si sus comportamientos son inconvenientes o difíciles de controlar para los adultos, sería conveniente proporcionar apoyo emocional a los adultos para que pudieran gestionar de manera constructiva el comportamiento de los jóvenes en vez de recurrir a los medicamentos.

Cuando tantos niños tienen que tomar medicinas para aguantar la escuela, deberíamos contemplar modificar las escuelas para que sean lugares más agradables para los jóvenes. Podríamos empezar por preguntarnos qué tipo de escuela ayudaría a los jóvenes a tener vidas llenas de sentido en vez de evaluar el éxito de las escuelas en función de los resultados de los estudiantes en pruebas estandardizadas.

No estoy diciendo que los padres y los profesionales educativos actúan así a propósito. Los padres y los educadores son buenas personas que necesitan mejores sistemas de apoyo e informaciones para que poder pensar en mejores soluciones que los medicamentos. No estoy diciendo tampoco que los jóvenes no tengan comportamientos perturbadores e irracionales. Sí tienen, pero opino que muchos de esos comportamientos se deben a la rigidez de las instituciones o a experiencias dolorosas que no se han curado.

Aunque los educadores no sean terapeutas, mucho de lo que hacen afecta la salud emocional de sus estudiantes. Reprimir los procesos fisiológicos naturales de liberación de las emociones es dañino para los niños. Escribí sobre este tema en Ripples of Hope, pero quizás la mejor percepción viene del poeta persa Jalaluddin Rumi en el siglo XIII:

La nube llora y el jardín brota.
El bebé llora y la leche de la madre corre.
La nodriza de la creación dijo, déjalo llorar mucho.
Esta lluvia y el calor del sol se entremezclan para dejarnos crecer.
Mantenga tu inteligencia aguda y tu pena brillante para que tu vida siga siendo fresca.
Llora a gusto como un niño.

Rumi sabía de la relación entre llorar y la inteligencia hace casi ocho siglos. Sin embargo, en las mismas instituciones que tienen la responsabilidad de desarrollar la inteligencia de los niños, llorar y otras formas de liberación de las emociones se suelen reprimir o ridiculizar. Esto tiene que cambiar.

Cuando los niños tienen pena, lloran; cuando tienen miedo, tiemblan o ríen (si sólo les da un poco de miedo o que están avergonzados); cuando tienen frustraciones, se enojan. Nadie le enseña a un niño a llorar, temblar, reír o enojarse. Es una respuesta natural a experiencias difíciles. Si los niños pudieran liberar sus emociones tanto como lo necesitan, podrían reponerse de esta pena. Serían más atentos para aprender. En nuestra sociedad sin embargo, los procesos de recuperación naturales no pueden tener lugar en la mayoría de los casos; por lo tanto se acumulan los daños.

Todos los niños de 4 años que he conocido tienen ansias por empezar la escuela porque a los 4 años uno quiere explorar, jugar y aprender. Sin embargo, diez años después, muchos de estos niños ya no tienen interés por la escuela. Un informe publicado en 2003 por el National Research Council (Consejo nacional de investigación) estableció que “entre el 40 y el 60 por ciento de los estudiantes del liceo faltan crónicamente de interés; no están atentos, proporcionan poquito esfuerzo, no hacen sus tareas y declaran sentirse aburridos.” El informe añade que esta cifra no incluye a los que ya han dejado la escuela antes. Si la sociedad concibiera escuelas que satisfacen las necesidades de los jóvenes, en vez de forzar los estudiantes a cumplir con las necesidades de la escuela, se comprometerían más.

Qué podrían hacer los educadores para cambiar esta tendencia creciente de prescripción de medicamentos y para luchar contra el desinterés por la escuela? Aquí van unas sugestiones:

  • Apoyar a los padres para que eviten recurrir a los medicamentos para sus hijos. Ayudarles a aprender a jugar con sus hijos y a prestar atención a sus emociones.
  • Trabajar en organizaciones políticas y profesionales para cambiar las políticas a nivel federal, estatal y local, que hacen de las escuelas lugares menos agradables para los jóvenes.
  • Reducir el enfoque en las pruebas y en los resultados como criterio de evaluación de la calidad de la educación.
  • Asegurarse de que los programas educativos incluyan posibilidades de elegir entre varias asignaturas (como arte, música y tecnología) para que los estudiantes desarrollen sus intereses creativos.
  • Incluir mucho tiempo para actividades espontáneas e informales y pausas (recreos) y oportunidades para disfrutar de los deportes (sin presión por ganar).
  • Aumentar las oportunidades de contacto entre los jóvenes y la naturaleza.
  • Apoyar a los profesores para que puedan crear aulas en donde los niños tengan la libertad de ser si mismos.
  • Proporcionar apoyo emocional a los jóvenes, a los profesores y a los padres para que puedan desarrollar plenamente su energía y su creatividad.
  • Educar a los padres y a nosotros mismos sobre los peligros de los medicamentos, recordando que las campañas publicitaria pueden evitar revelar cuales son los efectos negativos del uso de esas drogas.
  • Respetar a los jóvenes como seres humanos enteros dotados de inteligencia, de saber y de emociones. Aún más importante, entender que ser humano implica tener emociones y liberarlas cuando duele.

Garantizar un respeto total para los jóvenes va a requerir una reorganización drástica de nuestras políticas y de nuestras prioridades. ¡Empecemos!

Julian Weissglass es profesor en el departamento de educación de la Universidad de California, Santa Bárbara, y el director de la Coalición Nacional para la Equidad en materia de Educación.